martes, 1 de septiembre de 2009

Rasputin y la aspirina

Uno de los personajes más curiosos (y siniestros) de principios del siglo XX fue el monje Gregorio Efimovich Rasputín, todopoderoso en la corte del zar Nicolás II. Entre los factores de ese poder pesó, y mucho, la milagrosa mejoría del hijo del zar, el zarevich, que padecía de hemofilia, cuando Rasputín convenció al zar de que abandonara todo tratamiento médico y lo confiara a sus exclusivos cuidados (que consistían en conjuros y oraciones). En 1916, hartos de él, del rumbo errático que imprimía a la política rusa y de su germanofilia en plena Primera Guerra Mundial, un grupo de nobles lo asesinó mediante una eficaz combinación de balas y arsénico.



La mágica curación del zarevich, sin embargo, tiene su explicación. Los médicos estaban tratando a su magno paciente con una droga novísima. Esa droga, Según se sabe ahora, retarda indirectamente la coagulación de la sangre, y por lo tanto es contraindicada para los hemofílicos: no tiene nada de milagroso que el zarevich mejorara en cuanto dejó de tomarla.

A pesar de todo (y de Rasputín), la droga en cuestión más siguió una carrera ascendente y se hizo más popular que los cantares, los reyes y los políticos hasta el punto que hoy en día es el medicamento más utilizado (y probablemente el más barato) del mundo. Todos la conocen, y no tiene sentido seguir ocultando su nombre: ni más ni menos que “aspirina”, con el cual fue lanzada por un laboratorio alemán el 10 de febrero de 1899. En los posmodernos ‘GO, el mundo consume la increíble cifra de cien mil millones de comprimidos por año.

Y sin embargo, la aspirina es un medicamento muy antiguo. Desde el siglo I, se utilizaban ya las virtudes terapéuticas de la corteza, hojas y savia del sauce (que la contiene) para calmar fiebres y dolores, pero sólo en el siglo XIX se logró extraer y sintetizar el principio activo de los mejunjes tradiciona­les: primero la salicilina, luego el ácido salicílico, moléculas cíclicas y relativamente sencillas que presentaban, no obstante, serios problemas de intolerancia. En 1853, el joven químico Gerhardt logró la acetilación del ácido salicílico y obtuvo el ácido acetisalicílico: la aspirina adquiría su forma actual y de­finitiva. El descubrimiento de Gerhardt, sin embargo, pasó desapercibido desde el punto de vista farmacéutico hasta que Félix Hoffmann (1867-1946) perfeccionó un método de acetilación a escala industrial, cuando el siglo XIX daba sus últimas boqueadas.

Probablemente, lo más notable de la historia de la aspirina es que, pese a su empleo masivo, hasta hace muy poco se ignoró (y todavía se ignora en parte) cuáles son sus mecanismos de acción. Recién en 1971 John Vane propuso una explicación satisfactoria al demostrar que la aspirina inhibe la síntesis de prostaglandinas, sustancias que acompañan y motorizan las inflamaciones. De paso, como las prostaglandimis bajan el umbral de los receptores del dolor, éste disminuye. Debido a esos trabajos, Vane recibió en 1982 el Premio Nobel de Medicina. Pero con Premio Nobel y todo, el problema de la acción de la aspirina contra el dolor (salvo en el caso del dolor que acom­paña a las inflamaciones) sigue abierto.

Ahora: aparte de estas acciones (contra las inflamaciones y el dolor), el simpático y vivaz ácido ace­tilsalicílico tiene muchas otras habilidades. No todas. recomendables por cierto: en el caso del síndrome de Reyes, de muy rara incidencia, que sólo ataca a los niños menores de un año y a los adolescentes, que se manifiesta por severos trastornos neurológicos y hepáticos, la aspirina puede agravar seriamente la situación, e incluso ser fatal (algunos países prohibieron la aspirina en ciertos medicamentos pediátricos). También actúa retardando el proceso de coagulación de la sangre, lo cual la contraindica para los hemofílicos, como ilustra admirablemente el episodio de Rasputín. Pero en este caso equilibra los tantos: al retardar la coagulación sanguínea, ayuda disminuir el peligro de obstrucciones en las venas arterias y, por lo tanto, de embolias e infartos. El espectro no termina allí: la aspirina actúa sobre tu cantidad enorme de afecciones, desde los resfríos hasta los reumatismos inflamatorios, la artrosis, migrañas, ciáticas, lumbagos, y la moderna investigación médica está echando el ojo a su aplicación’ en casos de cataratas y diabetes. No es poco, por cierto. “El álamo crece, el sauce llora”, suele decirse, manera harto despectiva. Es muy injusto porque el sauce encierra el germen del ácido acetilsalicílico como lo muestra con su misma actitud. Al fin y’ cabo todo el mundo sabe que, muchas veces, el llamado alivia el dolor.

Leonardo Moledo

En el libro Curiosidades de la ciencia

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