martes, 1 de septiembre de 2009

La biblioteca de Alejandría y el fuego

La calurosa costumbre de quemar libros no es de la era moderna. La Biblioteca de Alejandría que fue la más grande de la antigüedad terminó su larga vida al ser incendiada por el califa Omar en el año 634, que lo hizo basándose en un curioso argumento: “Los libros de la Biblioteca o bien contradicen al Corán, y entonces son peligrosos, o bien coinciden con el Corán, y entonces son redundantes”. Este razonamiento notable, que fue objeto de un exquisito comentario del filósofo argentino Tomás Simpson, costó a la memoria humana una buena cantidad de obras irrecuperables, pero no tantas como se cree si es que eso sirve de consuelo. En realidad, cuando el califa Omar tomó su drástica medida, la Biblioteca era sólo la sombra de lo que había sido alguna vez, y de ella quedaba muy poco, perdido en sucesivos desastres.

La Biblioteca formaba parte de una institución llamada el Museo: una y otra fueron fundadas por Ptolomeo Soter, rey de Egipto (305 a 285 a. de C.). Este buen Ptolomeo era uno de los generales que tras la muerte de Alejandro Magno (323 a. de C.) se apoderaron de los trozos de su vasto imperio. En la repar­tija, a Ptolomeo le tocó Egipto: la dinastía fundada por él duró hasta el año 30 a. de C., cuando Cleopatra gestionó su automuerte mediante los eficientes (aunque no necesariamente privados) servicios de un áspid.


En la acepción clásica, la palabra “museo” significaba “un lugar donde se adora a las musas”, es de­cir, donde se cultivan las artes y las ciencias. El Museo de Alejandría —y por ende la Biblioteca—, estaba ubicado en el barrio alejandrino llamado pri­meramente “de los Palacios”, y más tarde “Brucheion”; podemos conjeturar que se trataba de una especie de barrio residencial de dimensiones colosales; según algunos testimonios ocupaba entre un cuarto y un tercio del cuerpo principal de la ciudad. Museo y Biblioteca se contaban entre las instituciones más prestigiosas del mundo antiguo: el bibliotecario y director del Museo era nombrado por el rey de Egipto en persona (más tarde por el emperador romano).


Del funcionamiento del Museo se sabe poco:


¿como una academia? ¿como una universidad? ¿Era una copia del Liceo que regenteara Aristóteles en Atenas poco antes? ¿Había alumnos internos que sobrevivían mediante el equivalente helenístico de las modernas becas? Misterio. Eso sí, gozaba de pleno apoyo estatal: los libros se traían de todas las partes del mundo civilizado de entonces, y los reyes de Egipto no reparaban en gastos para conseguir más y más libros: se pedían prestados, se copiaban y luego se devolvían... o no. La Biblioteca de Alejandría, adonde acudían eruditos de los cuatro puntos cardinales, llegó a ser una formidable concentración de material escrito. ¿Pero qué significa eso en términos modernos y en números? O sea: ¿cuántos libros había en la Biblioteca?


Es difícil saberlo. Las estimaciones dependen del testimonio de Juan Tzetzes, monje bizantino que vivió en el siglo XIII, pero que probablemente obtuvo sus datos de fuentes más antiguas: según Tzetzes, la “bilioteca externa o “pequeña biblioteca”, tenía 42.800 rollos de papiro y la “biblioteca del palacio”, presumiblemente la principal, la “verdadera” y gloriosa Biblioteca, poseía 490 mil rollos. Ahora bien; un rollo de papiro constaba de un promedio de veinte hojas (que variaban entre 10 y 4,5 cm. de ancho). Calculando la cantidad de información que admite un rollo de esas dimensiones y la longitud de los libros producidos en la época se puede llegar a una cifra aproximada: 490 mil rollos deben ser más o menos 70 mil obras, cifra que si bien puede resultar pequeña en comparación con las bibliotecas de la galaxia Gutenberg, para utilizar terminología con temporánea, justifican que la pérdida de la Bibliote­ca de Alejandría haya sido una de las grandes catás­trofes de la historia de la cultura occidental.


¿Pero cuándo ocurrió? ¿Puede atribuirse toda la culpa a la furia piromaníaca del califa Omar? Según parece, no. El califa Omar incendió una biblioteca que venía de un larguísimo período de decadencia. Ya en el siglo II a. de C. el monarca Ptolomeo Euergates II, un tirano a la vieja usanza (o no tan vieja, quizás), y nació el Museo, echando a la mayoría de los estudiantes. Los testimonios sobre la destrucción de libros, por su parte, son confusos: hubo, según parece, un gran incendio en el año 47 a. de C., pero las fuentes no son confiables, según informa el propio Plutarco. El gran desastre parece haber ocurrido en el año 273, durante los enfrentamientos entre el emperador romano Aureliano y el caudillo rebelde Firmus, que se había atrincherado en Alejandría. Resultado: la Biblioteca sufrió las peores pérdidas de su historia. El historiador Amiano Marcellino y el obispo Epifanio dicen que el barrio entero del Brucheion se transformó en un páramo. No obstante lo cual, algo debió quedar; en el año 391 se produjo un nuevo desastre, cuando las turbas alejandrinas, acicateadas por Teófilo, “un hombre cuyas manos se manchaban alternativamente con oro y con sangre”, desataron un nuevo incendio en el que pereció toda o gran parte de la “pequeña biblioteca”. Mala suerte para el califa Omar: cuando decidió purificar la Biblioteca de Alejandría mediante el fuego, en ella quedaba poco y nada.


Leonardo Moledo



En el libro Curiosidades de la ciencia

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